Una llamada a la oración

Ezequiel M. Malpartida
4 min readJul 11, 2023

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En el punto más abrasador de la liturgia del rock de los Arctic Monkeys, es decir, el final de Body Paint, hay riesgo de sufrir una transverberación. Una comunión íntima, mística y espiritual con Alex Turner quien —en su dualidad de Dios y a la vez de profeta— es capaz de arrastrar a miles de almas al fuego de lo divino con un mantra de riffs insistentes (uno tras otro, uno tras otro) hasta que se produce el éxtasis. El placer sudado. Una experiencia espiritual, sí, pero sobre todo carnal e incluso sexual: estamos hablando de Alex Turner, no nos llevemos a engaño. Y, con los Arctic Monkeys, esto no había pasado en Madrid hasta ahora.

Sin tener en cuenta su paso por el Mad Cool allá por 2018, el pasado 10 de julio se cumplió más de una década desde que erigieran al WiZink Center como un templo de peregrinaje para los que profesan la fe ártica de los monetes. La última vez que los británicos pisaron el escenario de este pabellón allá por 2013, con la gira de ‘AM’, ofrecieron una ceremonia correcta pero breve, remilgada y ordenada, es decir, muy británica. Ni una sola palabra entre canción y canción. Llegar, soltar y acabar. La del pasado lunes, sin embargo, entra dentro de lo sobrenatural.

Durante esta última década los Arctic Monkeys han consolidado su liturgia del rock con un setlist de 21 mandamientos apodícticos, con algunas variaciones entre concierto y concierto y con guiños a todos sus discos. A todos, sí, porque ‘AM’ supuso un antes y un después, pero sobre todo un después. Eso significa que el grupo no volvió a ser el mismo, no quiso ser el mismo y ha trabajado hasta conseguirlo, todo ello sin olvidar el porqué: sus canciones. Lo único realmente importante en todo este asunto.

La mezcla en pequeñas dosis de todos y cada uno de sus discos —salvo ‘Suck It And See’, que fluctúa entre esas 21 elegidas según el día— ha resultado ser el punto en el que Alex Turner se encuentra cómodo consigo mismo, con su legado, y se siente confiado para soltar amarras y navegar el barco hacia el centro de la tormenta. En su madurez, el frontman de los Monkeys ha tirado los hábitos que lo encorsetaban y se ha dejado encandilar por la excitación del predicador. Un traje de divo hecho a medida que no cualquiera puede llevar sin parecer un hortera, un loco o un excéntrico. Solo algunos elegidos, como él, pueden calzarlo con la divertida elegancia de un loco excéntrico. Puede parecer lo mismo, pero no lo es.

Para que Turner entre en el fragor de Body Paint dando vueltas al escenario, jugueteando con el atrezo del concierto y poniendo caras a las cámaras de los presentes, hay un camino que recorrer. El ritual, que comienza con la contundente llamada a la oración de Sculptures of anything goes, atraviesa unas ocho canciones de discos anteriores antes de volver a encontrarse con Ain’t quite where I think I am, otro tema de su último álbum, ‘The Car’.

Entre medias, una ofrenda de guitarras y versos a las viejas deidades del rock con temas como Brianstorm, Snapt Out Of it, Crying Lightning, The View From The Afternoon, Four Out of Five, Cornerstone, Why’d you only call me when you’re high? y Arabella. Un recordatorio que sirve para avivar la fe de los presentes, a la vez que reafirma la de quienes se dejaron intoxicar por las dudas de los que cuestionaron a Turner tras ‘Tranquility Base Hotel & Casino’. Así, los británicos suben al altar Do Me A Favour, Pretty Visitors y Fluorescent Adolescent, para llevarnos lentamente y sin respiro hacia el éxtasis y encarrilar la ceremonia hasta su desenlace.

Para honrar a los dioses antiguos y los nuevos, pasado y presente se conjuran por el grupo con temas como Do I Wanna Know?, Mardy Bum, There’d Better Be a Mirrorball y la épica de 505. Con Body Paint los monos consiguen que ardamos todos juntos y en comunión en el tórrido cielo de Madrid. Un llanto de truenos cierra el ritual: Star Treatment, I Bet You Look Good On The Dancefloor y R U Mine?

El 10 de julio los británicos demostraron que el éxito solo significa algo cuando se tiene fe en las canciones. El efectismo es un espejismo complaciente que solo atrae a fans efervescentes y extremistas. La canciones son, al fin y al cabo, las que realmente inspiran a quienes no creen en otra cosa mas que en la música.

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Ezequiel M. Malpartida
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Written by Ezequiel M. Malpartida

Escribo, pero no me sale tan bien como el salmorejo.

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